El ambiente entero estaba cubierto por una pesada nube de sentimientos sin confesar. El panteón entero olía a flores de cempasúchil rociadas con nostalgia, eran los últimos días de octubre y los últimos días que él estaba en esa ciudad, en breve viajaría en busca de otros paisajes, de otra historia.
─A esa tumba le faltan flores, se ve triste─. Escuchó a sus espaldas. Al voltear descubrió a un niño al que le calculó no más de 10 años de edad. ─ Si, tienes razón, se ve triste. ─ le respondió fijando nuevamente su vista en la tumba que tenía enfrente.
─Si quiere le puedo conseguir unas flores…
─Te lo agradecería mucho.
En unos minutos el niño regresó, tiró el agua anegada del florero sin flores, puso las flores adentro, les echó agua fresca, las vio, las acomodó nuevamente, sonrío.
─Listo, se ve un poquito mejor.
─Gracias, es la primera vez que vengo… Y la última.
─Yo vengo todos los días, si quiere, se la cuido.
Por toda respuesta acarició los cabellos del niño, quien reaccionó con una amplia sonrisa. Sacó unos billetes de su cartera y se los extendió.
─No, no es necesario.
─Pero es por lo de las flores…
─Me las regalaron, no se preocupe.
─Pues muchas gracias─ le dijo mientras guardaba de regreso los billetes y observaba al pequeño que comenzaba alejarse dando pequeños brincos ─¿ Y por qué vienes todos los días?
─Vengo a jugar─ le respondió sin detenerse
─¿Y no te da miedo? ─ casi gritó pues el infante ya se había alejado, mismo que se detuvo entre los mausoleos, como si meditara sus palabras antes de responder.
─No, ya no… Cuando estaba vivo sí. ─ Sonrió una vez más y se alejó, perdiéndose entre las ofrendas, entre flores, entre recuerdos.
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